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Monstruos que no sabías que existían y se acomodan en tu cabeza

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¿Cuántos de los sueños, placeres y rutinas que forman parte de nuestra vida contienen la posibilidad de convertirse en un infierno? En el fondo, el ser humano se enfrenta todos los días a sus propios fantasmas. Hay que mantener un pulso diario con nuestro pasado y ambiciones para no ser sus rehenes. Aceptar al otro a través de vagabundos, desconocidos o nuestros propios ídolos y ni aún así podemos estar seguros de que no hayamos perdido la cabeza o vayamos a perderla. Éste es el territorio en el que Javier Ors, periodista de LA RAZÓN y escritor, ha elegido para su segundo libro, «Un tiburón en la piscina» (Huerga & Fierro), un conjunto de relatos que se alimentan de nuestros monstruos y abonan la inquietud del lector. «Los peores monstruos vienen de la imaginación y de las ideologías. Pero en este libro me interesaba buscar no en los miedos culturales, como los vampiros y los zombis, que los recibes ya dados, sino en las experiencias que cualquiera puede vivir y que se convierten en algo que te puede convertir en un desgraciado», dice Ors. Porque, igual que las plantas, los monstruos pueden ser de interior y de exterior. Y en los 28 relatos de extraordinaria brevedad del libro no vamos a encontrar licántropos, sino bestias más sutiles. «A veces son ambiciones positivas que se tornan algo terrible, otras tienen su origen en la sociedad, y algunas son traumas de infancia que no se explican pero que te impiden abandonar un sitio físicamente y cuando te das cuenta de que eso te ha ocurrido ya eres un anciano».

Un virus que destruye sociedades

En algunos casos, hasta lo más vital puede convertirse en una amenaza, como el lenguaje. «Me interesaba ese tema y lo traté desde la ciencia ficción, cuando un ser a bordo de una nave espacial encuentra un libro y qué consecuencias puede tener en él. El lenguaje sirve para comunicarnos pero también es un límite. Y cuando se infiltra entre los hombres, como un virus, el habla puede corromperse e incluso destruir una sociedad». En otras ocasiones, simplemente algo falla, como en el relato que da título al libro. Un arquitecto de éxito no se atreve a bañarse en la perfecta piscina de su magnífica casa porque está seguro de que por el fondo nada un tiburón. «Y él sabe que eso es totalmente imposible, y a pesar de todo no puede evitarlo, no sabe qué hacer salvo mirar fijamente», señala el autor, que encontró en esta obra el descanso tras su exigente debut literario, «Los años asesinos» (Libros del olivo), una novela negra llena de violencia y jerga del lumpen de los 80. «Fue agotador. Terminé muy cansado, y por eso el estilo de estos relatos es deliberadamente claro y sencillo. Y no todos los cuentos son tan inquietantes como los estás pintando, hay algunos que son simpáticos y ligeros», dice Ors. Touché. Ahí está la parodia sobre los «best-sellers» que hace el autor comprimiendo la estructura de uno en un relato breve. «Esos libros crean la ilusión en el lector de que está aprendiendo algo, empotrando personajes ficticios en una trama aparentemente histórica y real. Pero llegas al final y... nada. Así que incrusté el mecanismo en una miniatura, para que cualquiera pueda ver cómo funciona ese mecanismo», dice, como si estuviera harto de verles las tripas a según qué novelas.

En todo caso, con pocos de los protagonistas de «Un tiburón en la piscina» apetece quedar para tomar cañas. «Hay un personaje al que sí he cogido cariño: el del señor que piensa que la urbanización en la que vive es la más fantástica y estupenda, cuando en realidad está en ruinas. Y él va tan contento, pero...». Hay que leerlo para saber. Además, la brevedad de los relatos parece responder a eso de que si escribir fuera un combate de boxeo, con el cuento hay que vencer por K.O., y con la novela se admite la victoria a los puntos. «Sí, creo que eso es cierto, la comparación sirve. Aunque, en mi caso, la novela era tan intensa que todos los pasajes mantenían la tensión. En el relato hay que conseguir meter un golpe, aunque no sea uno seco, que dure dos o tres líneas, pero que se sienta. Y hay algo más que no tiene la novela. Cuando te sale, lo notas», dice el entrevistador entrevistado (vean, si no, en este número, su entrevista a Jeff Koons en la página 50 y así ya vamos vendiendo el producto con todos los extras). Aunque, bien pensado, en un acto a partes iguales de generosidad y promoción bien hecha, sin coste alguno para ustedes, adelantamos un relato para que pique el gusanillo. Se titula «La conversación» y dice así: «Al entrar en casa, él decidió contar la verdad; ella, no mentirle». Interesados, ya en librerías.


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