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Jeff Koons: El vendedor más caro del mundo

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Jeff Koons, rey del acero pulido y heredero del kitsch, pertenece a esa aristocracia del arte que crea obras sin mancharse las manos. El artista más caro del mundo, el Warhol del siglo XXI, amante de Cicciolina y vanguardista de materiales tan nobles como la porcelana, es un hombre desaforado, sin límites, que igual diseña un «Popeye» reluciente como un espejo, un Hércules, una de las figuras de su imaginario (será porque levanta pesos todos los días) que una botella de Dom Pérignon. Hijo de un decorador de interiores y una modista, conoció a Salvador Dalí cuando todavía era un adolescente con vocación pero sin metas. De ese encuentro imprevisto con el genio de Figueras salió con el decidido convencimiento de alcanzar las más altas cúspides de la creación y codearse con el panteón formado por los grandes maestros del pasado. Ahora es un hombre que, bajo su percha trajeada y su contradictoria mirada azul –tan liviana como honda–, destila la irresistible presencia de los hombres confiados, hechos a sí mismos, capaces de venderte un Ford de segunda mano al precio imbatible de un Rolls Royce.

–¿Qué es el arte para usted?

–Había un filósofo que decía que el arte tiene que ver con el diálogo de lo interior y lo exterior, y que lo único que tenemos son esas experiencias, el impacto de nuestro ser biológico con nuestro entorno y la influencia de nuestro entorno en nuestro ser biológico. Poseemos nuestra propia experiencia y casi todo lo que experimentamos en la vida es un evento similar y familiar para todos los demás. Es interesante intentar centrarnos, a través de la experiencia subjetiva y de la historia propia, en nuestros propios intereses. Cuando hacemos eso, cerramos un círculo automáticamente que te conecta con un vocabulario objetivo, universal y compartido, y que es importante para todos nosotros como seres humanos.

–¿Y cuándo fue la última vez que dibujó o pintó con sus propias manos?

–Lo hago todos los días. Dibujo y pinto, pero lo hago a través de la mente. Y de la misma manera que puedes controlar la punta de los dedos para realizar ciertas acciones, yo creo sistemas para trabajar con personas para controlar esas acciones. Si tienes visión puedes conseguir cualquier cosa. Si tienes la visión de que te gustaría empezar a trazar una línea que sea gruesa y que adelgace cada vez más hasta convertirse en un sencillo punto amarillo... bueno, pues es fácil de hacer, pero sólo si tienes la visión. De la misma manera que decides acoplar tu cuerpo de determinada manera, yo soy responsable de cada una de las marcas que hay en mis piezas. Es como si yo mismo las realizara, y en la práctica lo hago.

Jeff Koons es como sus obras y cuando habla salen a relucir nombres de filósofos de la misma forma que sus esculturas y cuadros remiten constantemente a modelos culturales, artistas del pasado o hitos modernos, como si él mismo padeciera la necesidad compulsiva de completar su imaginario de referencias y cultismos para vindicarse, para asentarse con fuerza en el campo del arte. A través de las 95 piezas que el Museo Guggenheim de Bilbao ha reunido en la primera gran retrospectiva en España, patrocinada por la Fundación BBVA y dedicada al artista, pueden observarse sus obsesiones principales, como el sexo y la manipulación de los iconos inmediatos, presentes diariamente en los «mass media», algo que proviene de Warhol y que él ha absorbido y continuado.

Vivan los electrodomésticos

Por algo Koons es hijo de esa sociedad consumista, del americano medio que vio cómo irrumpían en la intimidad del hogar cientos de electrodomésticos y aparatos para hacer más llevadera la vida diaria. Unos instrumentos en los que él adivinaba formas antropomorfas y que le marcaron para dar su primer paso en el arte. Con esa tecnología de consumo elaboró su trabajo inicial, que puede contemplarse en esta muestra, y que, a pesar de que en su día fue un sonoro fracaso y casi le condujo a la ruina, le permitió adentrarse lentamente en el pantanoso terreno del arte. A partir de ese instante, los conceptos han jugado en su carrera un papel tan relevante como los materiales. Acudió al acero, porque, para él está vinculado con el proletariado («las sartenes y las cacerolas se han hecho con él»); y a la porcelana, porque estaba presente en todas las vajillas y adornos de las casas reales. De esa manera hablaba del falso lujo al ennoblecer al primer material; y rebajaba a lo popular al segundo al utilizarlo en «Michael Jackson y Bubbles».

–¿Por qué resultan tan provocativas unas esculturas en apariencia tan inocentes ?

–No sé si son escandalosas o provocativas, pero conectan con un tiempo en el que todavía no participabas del juego de los juicios. Cuando eres niño estás abierto a todas las maravillas del mundo. Te gusta todo: el azul por ser azul, el verde por ser verde, el rosa por ser rosa. Durante esa época eres permeable y a ella me refiero. No existe una historia cultural correcta. No hay nada que se exija al arte. El arte sólo tiene que ver con tu potencial como ser humano.

Koons ha repasado el amor y el sexo (presente en la serie «Made in Heaven»), ha homenajeado la cultura sencilla, alejada de elaboradas ideas intelectuales (sus «Popeye», sus Hulk con cara de Elvis Presley, sus referencias a la banalidad de la publicidad y el alcohol) y ha rendido culto al arte clásico a través de los trabajos reunidos en «Antigüedad». Una larga trayectoria que le ha catapultado hasta lo más alto del mundo del arte hasta convertirlo en el autor vivo más caro.

–¿Alguna vez ha sentido pudor de ganar tanto dinero con una escultura en estos tiempos de crisis?

–No estoy involucrado con el dinero. La razón por la que estoy implicado con el arte es para participar en una comunidad en la mayor medida que pueda como ser humano y ejercer la libertad que tenemos para llegar al nivel más alto de consciencia. Ésta es mi alegría, éste es mi placer, ésta, mi recompensa. Hay diferentes valores abstractos que se relacionan con estas empresas, pero yo no estoy relacionado con eso. Existen mercados primarios y secundarios. Estas cifras que se escuchan y que se pagan por las obras de arte pertenecen a un mercado secundario; ese mercado está alejado de los artistas. Los artistas están implicados con el primario.

Deuda con Velázquez

Koons, que asistió ayer a la inauguración de esta completa muestra y que reconoció que en ninguna parte habían sobresalido con tanta «elegancia» sus obras como en los espacios de este museo, reconoció sus deudas con Courbet, y con el barroco italiano y español que descubrió durante sus viajes por Europa, su admiración por Velázaquez y El Greco, su pasión por Picasso, de quien destaca su evolución («Se valora a los jóvenes, pero la historia del arte demuestra que a medida que envejecen son mejores, lo que se desmuestra a través de Leonardo», explica) –«Mis primeras experiencias religiosas las tuve en una iglesia. He visitado desde entonces muchas. El barroco me atrae porque une lo orgánico con lo inorgánico; lo eterno a través de lo biológico y la procreación, y este equilibrio tiene que ver con amar y ser amado, con la energía de la vida, de lo efímero con lo espiritual»– y, también, por algo insospechado, el instinto: «Intento manejar el ambiente que me rodea. Reflexiono sobre él y con el eco que me queda de esos pensamientos, avanzo hacia los aspectos que más me interesan. Evoluciono a través del mundo de una forma intuitiva». Desde luego, nadie puede dudar de que, hasta ahora, el método le ha funcionado.


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